GarcÃa Arancón, MarÃa Raquel
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36,10 €La historia bajomedieval de Navarra está marcada por un hecho decisivo en el devenir polÃtico-institucional del reino: desde 1234 hasta su incorporación a Castilla en 1512, este pequeño Estado está regido por dinastÃas francesas. El siglo XII se habÃa caracterizado en lo exterior por el difÃcil ejercicio de supervivencia frente a los reinos peninsulares vecinos, y en el interior por la configuración de una sociedad tripartita y la cristalización de unos incipientes mecanismos de gestión pública, de corte tradicional. Nada hacÃa suponer que Navarra se iba a incorporar, al principio de modo lento, y después rápida y expeditivamente, a un estilo de gobierno de corte europeo, novedoso entre los reinos hispanos, tanto en la concepción del poder como en los usos administrativos, y desde luego con una radical reorientación de intereses exteriores y estrategias dinásticas. En poco más de un cuarto de siglo después de la muerte de Sancho el Fuerte, Navarra se habÃa perfilado como una monarquÃa «moderna», que vivÃa una etapa de transición entre las costumbres altomedievales y las instituciones renovadas y consolidadas de la Baja Edad Media. Teobaldo I (1234-1253) y sus hijos Teobaldo II (1253-1270) y Enrique I (1270-1274) introdujeron, con la nueva dinastÃa, un nuevo talante polÃtico. Reforzaron la autoridad del soberano y la adaptaron hábilmente a las tradiciones del reino. Sus reformas de los resortes administrativos y la proyección exterior hacia la cristiandad occidental dieron a Navarra un carácter «europeo» que nunca antes habÃa tenido. Este sistema presentaba aspectos positivos, como la administración racional y eficaz, la apertura y el prestigio internacionales y el dinamismo económico, y resultados desfavorables, como el autoritarismo monárquico, las ausencias prolongadas de los reyes en sus señorÃos franceses y el desequilibrio producido entre las fuerzas sociales, que condujo a una inquietud estamental, endémica durante casi un siglo.